I Never Learn es el título del tercer disco de la sueca Lykke Li, en el que tan solo con el nombre,  nos anticipó todo. Su visión, sus sentimientos y su melancolía siguen intactas, todo gira en torno al desamor de una relación rota en la cual <según ella> no aprende de sus malas experiencias pasadas.

Sin embargo, temas como Never Gonna Love Again y Heart Of Steel nos dicen que quizás Lykke se puso un poco más firme; la combinación de su resentimiento con su dulce voz y la instrumentación entre acústica y clásica hacen un buen combo para acordarte de tu ex, de la mejor manera.

Lo hiciste de nuevo, Jack. Otra vez lograste mezclar el blues con la rabia punk, la nostalgia con la ira; la dificultad instrumental típica de Motown con la soltura del hip-hop; y el virtuosismo con la simpleza. Lazaretto te quedó zarpado, es una continuación perfecta para tu anterior Blunderbuss, pero a la vez es distinto y musicalmente atemporal. El ejemplo perfecto de ésto lo tirás al principio, para que lo escuche todo el mundo: Three Women, una canción machista de hace cincuenta años con un verso que habla de las selfies.

Chabón, felicitaciones por el disco, y a ver cuándo nos juntamos para tomar unos tragos de gasolina.

 

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¿Cuánto podemos encontrar en común entre la bella Lana del Rey y el rabioso Alex DeLarge? La respuesta es obvia,  tanto el personaje creado por Anthony Burgues, como la copia más fiel de Lizzy Grant tuvieron que despojarse de sus aires más rebeldes para encajar y reinventarse. Sin embargo, a pesar de los flashes y el rubor que hoy tiñen la vida de uno de las mayores referentes del nuevo Pop, la actualidad de Lana sigue conservando esa oscuridad y nostalgia de cuando  la neoyorkina le  escribía al desamor desde el más hostil anonimato. Ultraviolence es otra entrega del malestar crónico y la crisis existencial que sufre la cantante, las letras plagadas de pesimismo son una letal constante. Pero acaso: ¿Puede sonar tan sexy la tristeza?. En el caso de Lana del Rey sí, ella vuelve a seducirnos. En una dupla acertada con Dan Auerbach (The Black Keys), la colorada entrega once nuevas canciones donde, a diferencia de Born To Die, prevalecen las guitarras por encima de los efectos y su voz se encuentra en un nivel superior y con mucha más nitidez; West Coast o Shades of Cool sirven de ejemplo.

Lana del Rey construye el presente con retazos del pasado. El disco es un paseo constante por las épocas doradas de los 70 y hasta le regala una humilde versión de The Other Woman a Nina Simone. Siguiendo con los referentes, Brookyn Baby será recordada más por lo que no fue que por lo que es, el tema estaba listo para ser grabado con Lou Reed horas antes de su deceso.  Si bien es cierto que los cortes son lo mejor del disco, que en su segunda mitad se torna un tanto aburrido,  canciones como Sad Girl o Money Power Glory nos dejan seguir poniendo nuestra cuota de fe en esta belleza melancólica.

 

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DEGUSTACIÓN

 

Podría decirse que se apegó a una fórmula, método o manera. Que ya fue percibido anteriormente y que el factor sorpresa ya no corre más. Lo concreto es que Mac DeMarco, aunque a algunos les pese, adquirió un sonido característico y que aquí, en Salad Days, lo capitaliza al máximo con un procedimiento disipado y auténtico (si vieron su show de éste año aquí en el Teatro Vorterix, sabrán de lo que les estamos hablando). En épocas en donde lo tangible se convierte en algo efímero, DeMarco enaltece con su huella lo-fi y pone de manifiesto lo pulcro y simple, apelando al infalible procedimiento «estrofa-puente-estribillo» con total albedrío por sobre la melodía, las armonías y los arreglos.

Aún queda mucho por esperar del muchachito de Canadá que, hasta ahora, sólo nos regaló sublimes canciones (cosa que hoy día, no abunda). La sal sí sala.

 

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