¿Cuánto podemos encontrar en común entre la bella Lana del Rey y el rabioso Alex DeLarge? La respuesta es obvia,  tanto el personaje creado por Anthony Burgues, como la copia más fiel de Lizzy Grant tuvieron que despojarse de sus aires más rebeldes para encajar y reinventarse. Sin embargo, a pesar de los flashes y el rubor que hoy tiñen la vida de uno de las mayores referentes del nuevo Pop, la actualidad de Lana sigue conservando esa oscuridad y nostalgia de cuando  la neoyorkina le  escribía al desamor desde el más hostil anonimato. Ultraviolence es otra entrega del malestar crónico y la crisis existencial que sufre la cantante, las letras plagadas de pesimismo son una letal constante. Pero acaso: ¿Puede sonar tan sexy la tristeza?. En el caso de Lana del Rey sí, ella vuelve a seducirnos. En una dupla acertada con Dan Auerbach (The Black Keys), la colorada entrega once nuevas canciones donde, a diferencia de Born To Die, prevalecen las guitarras por encima de los efectos y su voz se encuentra en un nivel superior y con mucha más nitidez; West Coast o Shades of Cool sirven de ejemplo.

Lana del Rey construye el presente con retazos del pasado. El disco es un paseo constante por las épocas doradas de los 70 y hasta le regala una humilde versión de The Other Woman a Nina Simone. Siguiendo con los referentes, Brookyn Baby será recordada más por lo que no fue que por lo que es, el tema estaba listo para ser grabado con Lou Reed horas antes de su deceso.  Si bien es cierto que los cortes son lo mejor del disco, que en su segunda mitad se torna un tanto aburrido,  canciones como Sad Girl o Money Power Glory nos dejan seguir poniendo nuestra cuota de fe en esta belleza melancólica.

 

PUNTAJE LECTORES

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DEGUSTACIÓN