Remontémonos al 2008, año del debut de Crystal Castles con un disco que arranca con la osadÃa suficiente como para advertirnos que la cocaÃna no es buena para nuestra salud. Acompañado por el beat en clave Atari, el dúo canadiense fue dándole forma a una máquina que se habÃa puesto en marcha y que no se detendrÃa bajo ningún punto de vista.
El primer Crystal Castles fue un disco nacido para patear el establishment de la escena, todo por dos atrevidos de Toronto (el cerebro Ethan Kath y esa suerte de Edie Sedgwick contemporánea que es Alice Glass en las voces) que se unieron por casualidad y dieron a luz a esta criatura deforme, cuyo irresistible atractivo todavÃa hace que me rompa la cabeza pensando cómo algo tan incorrecto (porque de alguna manera cuando escucho Crystal Castles siento que su música está mal) puede ser tan magnético. Y esa es la magia del dúo; aquella imantación mÃstica, y dentro de esta hechicerÃa primitiva en 8 bits esta la esencia misma de la banda.
La mutación que comenzara con el segundo álbum continúa en el tercero: CC sigue expandiendo su sonido, pasando del caos chirriante de 8 bits inicial a bases menos cargadas y más vastas en lo ambiental (prepárense para otro disco oscuro), siendo sorprendentemente creativos en cada canción y en la manera en la que manipulan su sonido. Los beats pueden amalgamar el sonido euro-industrial (Sad Eyes), con el hip hop de corte Clams Casino (Affection), el trash (Insulin) y hasta el witch house (Mercenary).
Paréntesis aparte para Child I Will Hurt You, la joya que cierra el disco; una canción de cuna tan hermosa como retorcida: detrás del encantamiento propiciado por la belleza de la melodÃa y la dulce voz de Alice Glass, se esconde la clara intención de dañar que manifiesta el tÃtulo.
Para nuestra sorpresa -o no- esta vez las melodÃas se hacen más palpables, lo cual demuestra, por decirlo de alguna manera, cierto crecimiento en la paleta de posibilidades sonoras. No obstante, más allá de que las giras y los estudios los hayan llevado a una madurez más elevada, se respira juventud en cada momento del dúo. Esa juventud de seguir aventurándose, de no caer en lugares comunes, de seguir queriendo demostrar que no todo está dicho, que no todo se ha hecho. La búsqueda es eterna, y, por como viene la cuestión, aquella máquina que Crystal Castles pusiera en marcha allá por el 2008 no se va a detener.
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DEGUSTACIÓN
VIOLENT YOUTH
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