En la tierra de Goethe, la Bauhaus y Kraftwerk, el vocablo kaputt significa quebrado, roto. Su expandido uso por occidente hace que nadie dude al escucharlo: kaputt remite a lo irreparable, al daño irreversible. Cuando el cantautor Dan Bejar decidió bautizar asà al noveno álbum de estudio de Destroyer, toda la perorata anterior no pasó por su mente. Más bien pensó en el tÃtulo de un libro de 1944 del italiano Curzio Malaparte, un libro que ni siquiera habÃa leÃdo. Kaputt, extrañamente, se resume un poco de este modo: nada es tan evidente como parece.
Un primer vistazo hizo que muchos relacionaran el último trabajo de la banda canadiense con una ventana al final de los 70’s, que invitaba a mirar el paisaje que depararÃa esa bizarra -y bella- década que fue los 80’s. Sentenciaron que todo era trillado, que no habÃa nada más que decir. Y a pesar de que nadie niega que en el trabajo de Destroyer puede oÃrse la influencia del tándem Bryan Ferry–Brian Eno, hay mucho más para acotar. Kaputt logra, con elementos añejos y no tanto, un resultado que suena acoplado a su propia época.
El european blues que la banda se atribuye desde hace tiempo se cargó de artillerÃa orquestal. El sonido de la flauta se coló por entremedio de los saxos en Suicide Demo for Kara Walter, el funk de Blue Eyes se encontró invadido por trompetas. Desde Chinatown hasta Bay of Pigs se entremezclan el acid-jazz, el beat de sintetizadores, las guitarras folk, el emotive glam, la space music; todos hilados por esa teatral «“y al mismo tiempo despreocupada- voz de Bejar que, no hay caso, sabe de plasticidad.
Kaputt. Tal vez algo de veras se rompió para siempre con tanto eclecticismo, pero no fue la coherencia mÃtica que bien sabe construir Destroyer entre tanto caos. Eso, seguro.
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DEGUSTACIÓN
KAPUTT
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