The High End of Low – Marilyn Manson

agosto 1, 2009

Con su séptimo disco de estudio, Marilyn Manson apunta hacia lo cuantitativo ofreciendo demasiadas canciones largas, y olvida lo cualitativo ofreciendo demasiadas canciones flojas y aburridas.

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Los fans de NIN muy despectivamente suelen decir que Manson fue tan sólo un mal chiste de Trent Reznor, pero lo cierto es que mientras duró su padrinazgo (tanto en lo personal como en lo musical) el chiste fue muy bueno. De hecho, de chiste no tenía nada: Antichrist Superstar (1996) es sin duda uno de los discos clave de los noventa. Pero a partir de ahí, de la cima total, sólo quedó la espiral descendiente. La ruptura con Reznor le significó al Reverendo una notable pérdida en la dirección de su música y numerosos esfuerzos (con resultados desiguales) por recuperar el nivel de sus primeros discos.

Para colmo de males, toda la parafernalia de la imagen y del personaje que se creó para sí comenzaba a agotarse, a aburrir y a convertirse en una autoparodia más que en una provocación. Decir que Manson era un chiste empezaba a tener sentido. The High End of Low es la prueba acabada de este paulatino desgaste que se refleja en letras que intentan impresionar o parecer ingeniosas (como antaño) pero que sólo consiguen irritar, o justamente, dar gracia. «Todo el mundo irá a mi funeral /para asegurarse de que esté muerto», canta en Four Rusted Horses, y más que dar miedo produce ternura.

En lo musical este disco también demuestra que Manson sigue cayendo en una picada que a esta altura ya parece irreversible. Por lo menos en discos anteriores se las ingeniaba para conseguir algunos buenos hits, como Mobscene y This is the New Shit de The Golden Age of Grotesque (2003) y Heart-Shaped Glasses de Eat me, Drink me (2007). En esta última entrega ni siquiera hay temas así de efectivos y pegadizos. El corte Arma-goddamn-motherfuckin-geddon, con esa cadencia entre glam e industrial que se acerca a la época de Mechanical Animals (1998), es el que más se aproxima, pero aún así sigue estando a años luz de lo mejor de su repertorio.

Ni siquiera la vuelta de Twiggy Ramirez ni la colaboración del excelente músico y productor Chris Vrenna (chequear Tweaker, su proyecto solista altamente recomendable) sirvieron para crear algún pasaje musical mínimamente innovador: casi todo suena a rock de guitarras de los setenta, o por momentos al hard rock de la década siguiente. Sin ir más lejos, Into the Fire tiene un solo de guitarra de más de veinte segundos, y Running to the Edge of the World, con guitarra acústica y sección de cuerdas, se parece peligrosamente a una power ballad. La única sorpresa aparece en los riffs country de Four Rusted Horses que, si bien entre tan poco riesgo son más que bienvenidos, no terminan de cerrar.

Los tropezones no terminan ahí (el peor de todos es un bodrio amorfo de nueve minutos llamado I Want to Kill You Like They Do in the Movies) pero no tiene sentido seguir: es evidente que Marilyn Manson hoy más que nunca dejó de ser un artista contracultural, reflexivo y perturbador para convertirse en un vacuo producto comercial; obvio e inofensivo.