The E.N.D. – The Black Eyed Peas

julio 15, 2009
Poco más de dos años y medio después de su hiato -y el esperable mega-éxito de su cara visible Fergie con The Dutchess (2006)- estos simpáticos saltimbanquis del hip-hop bailable que son The Black Eyed Peas lanzan su quinto álbum de estudio, titulado de una manera confusamente profética The E.N.D. (acrónimo de The Energy Never Dies, título que así sí parece apropiado para el grupo). Según el factótum y productor del grupo, will.i.am, el concepto de este disco sobreviene del -para él- «fin de los álbumes» y por ello se trata de una colección de sencillos para ser reinterpretados -remixados, bah- por otros artistas y DJs.

black eyed peas, the e.n.d.

Y francamente, esa es la primera impresión que nos llevamos de escuchar The E.N.D.: pese a los torpes interludios en Vocoder -con frases poco felices como «ya no existen las disquerías físicas, pero seguiremos rockeando» (?)- no existe un hilo conductor entre estas canciones de tosco dance-pop y letras que oscilan entre lo pobre («si yo tuviera un enemigo, entonces mi enemigo tratará de matarme; porque es mi enemigo» cantan en One Tribe) y lo sencillamente patético («si pudiera irme de fiesta toda la noche y dormir todo el día y desechar nuestros problemas, entonces mi vida sería sencilla» es el lema de Party All Night). Pese a la siempre prístina producción de will.i.am -tipo talentoso para estas tareas, hay que decirlo, examinen su disco Songs About Girls (’07) para más datos- y otros como David Guetta (construyó I Gotta Feeling, y se nota) el disco no logra superar este problema estructural y se vuelve aburrido y hasta confuso.

Porque no existe en The Black Eyed Peas nada que no sea fruto de una efectiva maquinaria de márketing. Su estilo de composición es repetitivo, redundante y obvio; los beats de las canciones -otrora la parte más interesante de su propuesta, habida cuenta de los talentos que los ayudaban- ya no abrevan en el hip-hop sino que buscan el dance como indisimulada estrategia de entrada en las discos y, en este clima, sus limitaciones se hacen más notorias. Sí, el disco -como todos los de esta época, tal como dije en algún otro artículo de por aquí- suena espectacularmente bien, pero la esencia de The E.N.D. es tan pobre ya desde su lema que nada puede salvarlo de la intrascendencia.

El disco, innecesariamente largo y anodino, parece estar esperando -tal cual lo dijo su creador- por remixes que modifiquen en algo esta tendencia aburrida y monotemática y conviertan algún segmento de todo lo que escuchamos aquí en una canción que merezca ser escuchada. Esto para que podamos dejar de guiarnos por la torpeza de estos cuatro muchachos a la hora de llevar unos mensajes sin absolutamente ningún tipo de profundidad y que, una vez más, hacen hincapié en los mismos temas de siempre: amor, desamor, discos, diversión, fiesta, sexo (por dios, qué triste es Ring-A-Ling). O no, y ahí es peor: en la tétrica Now Generation, will y sus amigos se lanzan a una estúpida e inútil oda sobre la era digital con frases como «MySpace y tu espacio, Facebook es el nuevo lugar» donde, sin un propósito claro, terminan moviendo a sensaciones que oscilan entre risa e indignación.

En definitiva, The E.N.D. nos da a todos los que pensábamos que The Black Eyed Peas es lo peor que le pasó a la música pop en el 2K otro elemento para justificar tan severa afirmación. Innecesariamente carismático, vacío de contenido, excesivamente literal, sencillamente agobiante de oír, olvidable y flojísimo, nos representa exactamente todo lo contrario de lo que idealmente quisiéramos que fuera el pop de nuestra época. Habrá que esperar hasta que sean un -triste, vergonzoso- recuerdo, entonces.