Phoenix – Wolfgang Amadeus Phoenix

julio 7, 2009

Los simpáticos franceses de Phoenix, una de las revelaciones del rock europeo de la última década, festejan (justamente) su décimo aniversario con la edición de su cuarto álbum de material original y primero para el ya célebre sello V2 (responsable, entre otras cosas, del éxito de The White Stripes y Bloc Party en nuestros tiempos y con una grilla de artistas interesantísima). El disco se llama Wolfgang Amadeus Phoenix y es una exhibición de pop de excelente factura.

Wolfgang Amadeus Phoenix, Phoenix
Y quizás sea justamente ese y no otro el problema de este disco, y de Phoenix y -por qué no- de todo el rock «alternativo» contemporáneo: que gracias a estupendos métodos de grabación, producción y corrección de errores cualquier banda nueva suena espectacularmente bien. Es difícil encontrar un álbum hecho del 2002 para acá que suene mal o poco producido y de ahí que éste ya no sea un parámetro de análisis y que haya -a la hora de pensar en estos discos- que analizar la esencia más profunda de las canciones para entenderlas.

En el caso de este Wolfgang Amadeus Phoenix, además, se suma otro parámetro de análisis complicado: que hablamos de una banda francesa que no sólo canta en inglés sino que suena absolutamente igual a cualquier grupo «nuevo» de este y el otro lado del Atlántico. En efecto, es ese otro problema subyacente al rock «alternativo» actual y que -una vez más- lleva a que el análisis se haga casi sobre el esqueleto de las canciones, sobre las ambiciones de los músicos, sobre su filosofía e inquietudes y no sobre el producto final: del -otra vez, tomando una fecha caprichosa- 2002 para acá todo suena tan homogéneo, tan absurdamente similar y pasteurizado que es cada vez más difícil elegir con qué quedarse y qué descartar.

¿Y de qué hablamos, entonces, cuando hablamos de Phoenix y su cuarto opus? Pues hablamos de un disco con un sonido espectacular -merced a un increíble productor como Philippe Zdar (Cassius), por supuesto- que se pierde en ambiciones que no completa: porque cuando hacen pop sólo por el pop mismo (chequear Lasso, lindo ejemplo) lo suyo es tan mayúsculo como abúlico y es cuando intentan dar un salto al vacío y fracasan (la insondable Love Like A Sunset sirve a las claras para demostrarlo). Phoenix parece tenerle tanto miedo al pop de guitarras -y entonces por qué hacer un disco de pop de guitarras, ¿no?- que busca constantemente recargarlo de texturas y patrones climáticos. Cuando lo logran, es sencillamente delicioso escucharlos (como en la canción que abre el disco, Lisztomania), pero mayormente fracasan en un intento loable pero que se queda en eso: un intento.

Ojo, si escuchan este disco seguramente les va a encantar; y es que suena tan bien que hipnotiza. Pero hay que ir más allá, mirar profundamente las intenciones y las inquietudes de los grupos nuevos. Hay que saber diferenciar quién tiene esencia como para soportar el paso de los años y quién será rápidamente olvidado por la vorágine del rock. Quizás me equivoque, pero si siguen en esta senda los Phoenix serán de los segundos. Tal vez no les vendría mal revisar sus discos de Boris Vian y Gainsbourg para inspirarse, digo yo.