Hay algo que últimamente me aterra bastante y es la pérdida de memoria. En este mundo de información y estímulos constantes, me encontré olvidándome de pequeñas cosas, como nombres de discos o anécdotas que antes podía relatar a la perfección. Si bien también podría decir que es culpa del porro, elijo culpar al estímulo constante.
No soy una vieja chota, solo una millenial con mucha nostalgia que cada tanto tiene que revisar archivos o escuchar música que no escucha hace mucho tiempo. Lo digital es lindo y práctico pero no es suficiente. ¿Qué es lo más nostálgico de todo para una shoegazera, entonces? Sus discos.
Me gusta guardarlo todo, tener pequeños archivos de cosas. Tengo una caja con todas las entradas de los recitales a los que fui (me destruía no tener algunas que son digitales, como la entrada de My Bloody Valentine, así que la imprimí para poder verla cada tanto).
¿A qué viene esto? Hace poco leí una nota de alguien que contaba por qué vendía todos sus cds y decía lo siguiente:
Cuando la música ya está incorporada a tu vida, cuando está en tu cabeza (aunque la memoria te abandona seguido), cuando es parte de tu carácter, de tu sensibilidad, de tu forma de ser y pensar, empezás a prescindir de los soportes y sus objetos. Ya no necesitás la gran colección de discos para revalidar tus posiciones artísticas, estéticas y hasta políticas, como tampoco necesitás usar remeras que digan lo que escuchás.
Me enojé cuando leí eso. ¿Por qué? Porque tengo 31 años y sigo comprando cds. No siempre porque son caros, pero tengo una mini colección que atesoro con el alma. No tengo todos mis preferidos porque algunos cuesta conseguirlos pero cada tanto sumo alguna joya a la colección. Cuando estoy triste voy a la biblioteca y los miro. Una vez por mes, cuando la acumulación de polvo se vuelve insostenible, los saco todos y los limpio uno por uno y los vuelvo a guardar en su orden correspondiente. Lo irónico es que sigo comprando cds pero no tengo un reproductor para escucharlos, lo perdí en mi última división de bienes. Entonces la nota me hizo pensar. ¿Para qué los tengo?
Elijo pensar que es porque si el día de mañana cae un meteorito y rompe todos los servidores del mundo y no puedo escuchar música on demand, yo tendré mis cds. Pero no estoy segura del todo si es por eso.
No necesito todos esos discos o entradas a recitales para recordarme que me gusta la música, pero sí para contar la historia de quien soy o de quien fui en el momento en el que compré cada uno de ellos.
Volviendo a la nota que me enojó; la música está incorporada en mi vida. Está en mi cabeza. Es parte de mi carácter y mi sensibilidad. De mi forma de ser y pensar, pero no por eso quiero prescindir de los soportes y sus objetos.
Me gustan mis cds, me recuerdan quien soy. Cuando agarro el de Ciudad de Brahman de Los Natas que compré en Musimundo cuando tenía 15 años, me acuerdo de ponerlo en el auto de mi papá a todo lo que da. Cuando veo Chelsea Girl de Nico, pienso en mi primer novio y el momento en el que me lo regaló en la Bond Street. Los discos de Fugazi y de Sonic youth, me hacen acordar a cuando me gasté casi todo el presupuesto de un viaje de 20 días en cuanto pisé Amoeba, la mítica disquería californiana. La discografía de Smashing Pumpkins me remonta automáticamente a mi mejor amigo y al momento donde me regaló los que me faltaban de su propia colección. Él, al igual que la autora de la nota que me hizo reflexionar, se cansó de arrastrarlos en mudanzas y decidió que era la hora de desprenderse de ellos.
Así como cuando abro la caja con entradas a recitales y veo la de Boom Boom Kid, me acuerdo de mi primer recital sola como adolescente. Era 2007 y fui con mis amigas y mi hermana de 12 años y la perdí en un pogo.
Hay un textito de Rosario Bléfari que cada tanto da vueltas por internet que dice algo así como “Siempre tengo la sensación de que cada momento que vivimos es histórico, de ahí la importancia de estar en el presente, de ir a recitales, encontrarse con amigos, leer a los escritores que viven, ir al teatro, ver las películas que se estrenan, escuchar los discos, hablar con las personas….”
Al igual que Rosario, creo que cada momento es histórico pero me gusta volver a los recuerdos para reafirmarlo. Mi música, mis libros, las cosas que me gustan, cuentan pequeñas historias de mi vida.
La nota de La Agenda tiene razón: no necesito una gran colección de discos para revalidar mis posiciones artísticas, los necesito porque son míos, porque son mi historia. Los tengo para recordarme constantemente quién soy y por qué estoy acá. Los necesito porque cuando me muera, sé que van a hacer feliz a mi amigo Matías, al que pienso dejarles todos.
Es verdad, no necesito tener una remera que diga lo que escucho, pero la tengo porque lo que escucho me define como gordo shoegazero. Lo que escucho me hace ser quien soy. Y así me gusta que sea.
Los necesito porque quiero acordarme de todo, todo el tiempo.