Cristóbal Briceño: «¿Además queremos asegurarnos el futuro? Hay que aprender a vivir con poco»

mayo 18, 2020

Cristóbal Briceño es un músico chileno conocido por ser cantante de la banda Ases Falsos, la cual tomó su nombre del «truco», el afamado juego de cartas argentino, en el cual los ases de copa y oro tienen poco valor dentro del juego, siendo que los otros dos ases restantes son los más bravos de la baraja. Aquí podríamos citar su primer encuentro culturalmente transandino.

Con Ases Falsos Briceño conoció el éxito, se subieron a los mejores escenarios de Chile y comenzaron su avanzada virtual más allá de cualquier frontera. Así fue -junto con otro proyectos como Los Mil Jinetes y Niágara- que Cristóbal se ganó el mote de ser uno de los referentes de la escena transandina actual. Pero, sorpresivamente, decidió mudarse a Rosario, Argentina y comenzar con una nueva banda llamada Los Castigos, con quienes acaban de presentar su primer álbum: Polvareda.

Tal cual lo anuncia en las primeras palabras del disco, «todo acabó, empiezo de cero, antes de armar todo de nuevo», este es un salto mortal en su carrera. Aunque, según nos cuenta, Briceño se lo toma con ojos positivos y no siente las presiones de empezar a construir otro castillo de naipes.

Para serte franco Nicolás, no llevo el tema de la nacionalidad muy presente. Digo, me cuesta mucho tomármelo en serio. Tampoco tengo ningún delirio de grandeza en cuanto a hacer carrera en Argentina ni mucho menos. Mi interés siempre será el cuidado de la canción, en eso taso mis triunfos y derrotas. Cuando una canción sale buena, el espíritu se me apacigua. Y en este disco hay un par. Eso gracias a que encontré en los muchachos gente talentosa y responsable que aman la música de manera similar y complementaria a la mía. Por otro lado, quería armar algo en Rosario porque me enamoré de una chica que vivía en la ciudad y esto me daba una excusa para visitarla más seguido. Siempre trato de moverme en diagonal, no sé si me explico, optimizar mi tiempo y mis fuerzas.

Hace una década dijiste que generalmente un periodo para una banda no era mayor a 4 o 5 años y citabas casos como Creedence. ¿Crees que una banda se juega la carrera con sus primeros discos? ¿No te genera presión al momento de comenzar con un nuevo proyecto, vos que ya emprendiste varios?

Me cuesta mucho creer en eso de la carrera. Aunque por mi ritmo de producción a veces lo parezca, no me siento en una carrera contra nadie, ni siquiera contra el tiempo. El por qué grabo tantas cosas es algo que no me he dedicado a esclarecer, pero debe tener que ver con un deseo de justificarme, de justificar mi existencia. Volviendo a tu pregunta, yo sí tengo la sensación de jugarme la vida en cada disco, sea el primero, el quinto o el vigésimo. Siento esa adrenalina que quizás sienta la gente que vuela planeadores. Es como si tuviera que rendirle cuentas a una divinidad, a la música, o mejor, a la canción. He intentado ser un servidor.

¿Empezar de nuevo tiene esa fuerza del comienzo de la que hablas en el primer tema del disco?

Lo de los diferentes proyectos tiene que ver con querer trabajar con distinta gente, conocer y combinarme con otras capacidades. Además, no hay equipo que me aguante el año corrido, digamos que la mayoría de mis compañeros son gente que se dedica a otras cosas para pagarse las cuentas, el cambio de aire viene bien. Por ejemplo, estoy seguro que la vida útil de Ases Falsos ya se hubiese acabado de no ser por mis muchas aventuras paralelas. Se me funden. Por último, ya tengo suficiente con tener que cargar con esta ficción de ser Cristóbal Briceño Aburto, número de carnet 16.096.970-9, como para además enclaustrarme en otra identidad fija, engañosa e ilusoria. Y menos para hacerles más cómodo el catálogo a los cuadrados que socarronamente se refieren a mi juego múltiple.

¿Qué onda ese viaje en planeador que se te ve hacer en el video clip de un día menos? ¿Lo volaste vos solo?

No, ni loco. No soy nada del mundo de la aviación ni de los deportes extremos, no necesito ese tipo de adrenalina, la presión de mi vida es suficiente. La idea fue de Juliana Camelli y Julián Peña, directores del video, y yo acaté. Las posibilidades visuales eran atractivas. El piloto iba detrás mío, mientras yo trataba de poner mi mejor cara de «aquí no pasa nada». No conocía esos planeadores, se trata de una nave ultraliviana, desprovista de cualquier tipo de motor, que es tirada por una avioneta. Cuando de repente vamos en el aire y veo que se desengancha la cuerda… casi me cago. Luego supe que esa es la idea, te dejan suspendido en el aire y te vuelves al aeródromo planeando. ¡Qué pasatiempo!

Cuando grabaste Amigo de lo Ajeno (2014), incluiste un track del rosarino Ltito Nebbia y en ‘Parusía’ se aprecen influencias de Los Gatos y ese sonido tan característico de los ’60s. ¿Cuál es tu relación con la obra de Nebbia? ¿Tocaste alguna vez con él o podría ser un futuro invitado (soñado) de Los Castigos?

Con respecto a mis héroes, mi política personal es la de no molestar. Jamás se me ocurriría importunar con una foto o un autógrafo, menos todavía con una invitación comprometedora. Siento que a Litto Nebbia lo conozco lo suficiente a través de sus canciones, no necesito más de él. Del mismo modo, sé que ya hay una colaboración, pues lo que uno escucha y ama inevitablemente se cuela en tu trabajo. Creo en la cooperación no presencial, la música popular es una construcción conjunta ininterrumpida.

Las escenas argentina y chilenas, lamentablemente, recién ahora se están empezando a encontrar pero no exactamente con el rock, sino con el trap y las batallas de freestyle. ¿Sentís vos también que durante este nuevo milenio podrían haber convivido mucho mejor ambas escenas? Inclusive, creo que al rock argentino del nuevo milenio le ha costado más encontrar una identidad latinoamericana que al resto de los géneros. Por ejemplo, la música electrónica revitalizó sonidos del altiplano con Chancha Vía Circuito, Nicola Cruz, Nicolas Jaar o el propio Ricardo Villalobos. No sé si compartís…

Cada vez que me preguntan por las escenas de nuestros países latinoamericanos trato de armar alguna respuesta de buena educación. Pero hacer musicología y la sociología me aburre soberanamente, porque me parece falso. Yo no me siento parte de una escena chilena, la verdad es que dentro de mi mente me siento con los Four Seasons, Los Ángeles Negros, Carole King o NRBQ. Esa es la escena, esa es la estirpe que quiero merecer. En cuanto a la identidad latinoamericana, uno lleva al indio adentro, de eso no te preocupes que tarde o temprano se abre paso.

¿Cómo sentís o cómo definirías al sonido del rock/indie chileno de las últimas dos décadas? ¿Dirías que tiene una identidad propia o un sonido más importado?

Bueno, el molde es el mismo que el importado hace 60 años, ¿no? Pero luego, ¿qué es lo autóctono, qué lo falsificado? Atahualpa Yupanqui arpegiaba en un instrumento árabe formas musicales europeas. ¿Le impidió aquello encontrar o revelar una identidad propia? Creo que lo genuino no va por el lado de disfrazarnos con tradiciones folclóricas. La música popular es otra oportunidad para desnacionalizarnos y reconocer el valor universal de nuestros sufrimientos y deleites. Pienso que una identidad propia, original, es una que se conecta con todo tiempo y todo lugar. Original viene de origen, radical de raíz. La palabra de un chino de hace 25 siglos puede ayudarme más que la de un chileno de hoy.

Les toca salir a presentar un disco de manera virtual, sin posibilidad de ver cómo funcionan tampoco las canciones dentro del show y la respuesta del público. ¿Ya tienen pensado de qué manera van a tratar de presentarlo?

Yo al menos no. Mira, te digo la verdad, no manejo celular con internet, entonces la comunicación con mis compañeros de Los Castigos es escasa tirando a nula. Igual he sentido en Valentín el deseo de explotar el disco y sacarle el mayor provecho posible. Lo entiendo y lo valoro. Pero yo creo, por experiencia personal, que los frutos de un disco como éste son a largo plazo, a veces tan a largo plazo que ni siquiera seremos capaces de disfrutarlos; y lo acepto con alegría. De momento mis fantasías van por el lado de reunir al equipo para un nuevo disco.

Hablando de eso, se viene un futuro negro en el mercado del arte y posiblemente no asistamos a un show por largos meses. ¿Crees que de esto pueden surgir cosas mejores y un mercado más justo en cuanto a las salas, los valores de las entradas y el pago a los músicos o lo ves más pesimista y crees que esto va a generar más vulnerabilidad para los artistas?

Si no pensara que de esto puede surgir algo mejor, no podría enfrentar los días. Pero no creo que esa mejora vaya por el lado económico, el lado bueno del encierro tiene que ver, para mí, con encontrar el tiempo y la perspectiva para cosas que la agenda me impedía. Yo estoy muy agradecido con la retribución monetaria de mi labor. Por ahora, esta cuarentena la puedo sobrellevar con mis ingresos por derechos de autor. No es gran cosa, pero creo que no me haría bien recibir demasiado dinero, la austeridad es una buena aliada. He visto lo que el dinero le hace a la gente y no es bonito. No es lo que yo quiero, al menos. Además, si el músico ha sido históricamente económicamente vulnerable, como dices tú, eso se compensa con la enorme gratificación de uno: crear, dos: cantar, tres: viajar, cuatro: recibir el aplauso, cinco: no tener que levantarte a las seis de la mañana… y suma y sigue. ¿No es suficiente? ¿Es que además queremos asegurarnos el futuro? Hay que aprender a vivir con poco, poco pero bueno.

 

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