La importancia de Marc Bolan

septiembre 28, 2017

1984, en Buenos Aires, es año de MTV: Música Total Videos. Duran Duran copa las revistas. Algunas hasta se animan a preguntarse si son «los nuevos Beatles?«. The Reflex invade la tele y los 80s quedan definidos y anclados para siempre con esas hombreras, esos peinados y ESA cascada que en su momento parecía fascinantemente realista. Después de tres discos y el obligado en vivo, Duran Duran se separa por «diferencias creativas». Lo que sea que eso quiera decir. Y forman dos nuevas bandas, que duran un disco cada una.

Andy Taylor y John Taylor (guitarra / bajo de Duran2) se juntan con Tony Thompson (ex baterista de Chic) y Robert Palmer y, bajo la atenta mirada de Bernard Edwards (bajista de Chic, socio eterno de Nile Rodgers), forman The Power Station.

Tras un gran primer single (Some Like It Hot, acompañado de un video que conjugaba una modelo trans con un Robert Palmer vestido de cura… si, en serio), sale Get It On (Bang a Gong), con un riff de guitarra que está ahí, a un par de notas de la gloria de Hungry Like the Wolf. Y naturalmente fue un delirio para quienes amábamos Duran Duran. Y fue nuestra puerta de entrada para luego adorar a Robert Palmer con su Riptide (Addicted to love) y su Heavy Nova (Simply irresistible).

En 1984, mis ochos años ni siquiera habían escuchado insinuar el nombre Marc Bolan.

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En 1991, el más grande de Minneapolis toma prestadas cadencias y partes del riff de «Get it on (Bang a gong)», le agrega su negritud y sensualidad y lo transforma en Cream, el single más exitoso de aquel Diamonds and Pearls que tenía un holograma por tapa. El delirio sigue. Y todavía no se por qué…

¿Marc quién?

En aquella época rechazaba los 70s y todo lo que de allí hubiera surgido (salvo soul o funk). Ya ver el nombre T Rex me hacía imaginar dragones, conjuros, psicodelia, canciones de 25 minutos, tecladistas con capa, sahumerios… ¿Escucharlo? Nah, con los prejuicios alcanza.

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Año dos mil y monedas. Cuidando la casa de un amigo, encuentro el compilado de b-sides y non-album tracks de Morrissey My Early Burglary Years. Que tiene la hermosa Sunny. Que tiene la hermosa Boxers. Y que tiene una versión en vivo (no muy pulida) de una canción llamada Cosmic Dancer. Me pega de lleno en el plexo solar. No puedo parar de escucharla. La aprendo al piano. La aprendo en guitarra. Y el «I was dancing when I was twelve…» se hace carne. E himno.

Casi simultáneamente, aquella joya del cine llamada Billy Elliot se estrena en Argentina y su escena inicial involucra un vinilo y unas manos que ponen… Cosmic Dancer. Sincronía pura.

De Marc Bolan… solo el nombre. Mi mente ubica al omnipresente David Bowie narrando su primer encuentro, a sus 17/18 años, pintando la pared de la oficina del manager que compartían («tus zapatos son un horror«).

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Claro, hasta que años después finalmente escuché el disco Electric Warrior, la obra maestra de Marc Bolan en su encarnación como T Rex.

Electric Warrior es una singularidad. Un hecho irrepetible en la discografía de Bolan (The Slider es muy bueno, pero todo lo demás… intenté tantas veces… nada se acerca siquiera a la magia de Electric Warrior).

Un disco atemporal, que se identifica con el nacimiento del Glam rock, la plantilla sobre la cual un año más tarde David Bowie pintaría su Ziggy Stardust. Géneros al margen, cada segundo de Electric Warrior dignifica y glorifica la música como experiencia, como exorcismo emocionante y festivo a la vez. Sus cadencias, su groove blanco y británico (por más oxímoron que parezca), su fraseo, las letras que por momentos no tienen sentido en la superficie pero al cabo que ni importa… Los arreglos de cuerdas que dan forma y sustancia a buena parte del disco, con el obvio highlight en la imposiblemente bella Cosmic Dancer (que se lucen más en esta versión instrumental)… Y la producción del favorito de Bowie: Don Tony Visconti.

Electric Warrior tiene tantos highlights como canciones y es un disco pensado para el vinilo, en donde Lean Woman Blues es un adecuado cierre (del Lado A) y no una mera transición entre la balada Monolith y el monolito rocker indeleble de Get It On. Si, aquel Get It On imbatible con el que The Power Station sorprendió a mi yo de ocho años.

Además, el vinilo favorece escuchar todo el disco. Si no, el riesgo del repeat eterno en Jeepster sería demasiado alto… En rigor, el repeat sería del atómico 1-2-3 que te ataca a puro groove con Mambo Sun, a pura belleza con Cosmic Dancer y a puro rock&pop con Jeepster, y volvemos a empezar.

Y después de escuchar por primera vez Planet Queen, uno no puede sino acordarse de Gustavo Cerati y cómo «ella» usó su cabeza como un revolver, y está bien. El Sr. Cerati siempre abrevó en fuentes sabrosas y esta no es excepción. Ni mucho menos.

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marc bolan electric warriorDato de color: Electric Warrior salió en 1971, año en que también se editaron, por ejemplo: There’s A Riot Goin’ On (EL disco de Sly & the Family Stone), What’s Going On (EL disco de Marvin Gaye), Imagine (John Lennon, ¿hacía falta aclarar?), Sticky Fingers (Rolling Sto… bueh), Led Zeppelin IV (….eh….), Blue (Joni Mitchell), Hunky Dory (Bowie)… Discos trascendentales, majestuosos… Tanto, que la canción del año para los Grammy fue… Bridge Over Troubled Water de Simon & Garfunkel. En fin.

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2012. Después de una pausa de 7 años, Saint Etienne edita nuevo disco. Esta vez, el tópico del álbum es la música desde la perspectiva del oyente: cómo nos afecta, cómo una canción o un disco puede mutar de significado a partir de las cosas que nos van ocurriendo, cómo nuestra música se entrelaza indefectiblemente con nuestras vidas.

Me lleva a pensar en cómo la mano invisible de Marc Bolan fue guiándome, llevándome de paseo por la música a través de muchos años, a través de diferentes artistas, canciones y discos, preparándome hasta poder estar en condiciones de empezar por el principio: escuchar y disfrutar de Electric Warrior.

En Over The Border, Sarah Cracknell se pregunta, casi en susurros: «and when I was married, and when I had kids, would Marc Bolan still be so important?» («y cuando me case, y cuando tenga hijos, va a seguir siendo tan importante Marc Bolan?»).

Y como no podía ser de otra manera, esa canción que abre el disco tuvo su cuota de re-significación cuando, años más tarde, nacieron mis hijos.

Aún hoy la pregunta me eriza la piel y me llena de emoción cada vez que la escucho. Tal vez más que antes.

Porque parece inofensiva. Parece hecha casi al pasar. Poniendo en el mismo plano a la música con tal vez una de las cosas más trascendentales y rupturistas: tener hijos. Pero la pregunta es más. Es un conflicto y un temor sincero: ¿Qué rol ocupará la música cuando crezca/envejezca? Cuando tenga responsabilidades, cuando me case, cuando tenga hijos. ¿Ocupará el mismo espacio que antes? ¿Tendrá el mismo efecto?

La respuesta llega inmediatamente, con un gran twist compositivo, desde los coros de Over The Border, apenas 4 minutos de empezado el hermoso disco Words and Music by Saint Etienne.

La respuesta que le da todo el sentido a la canción, al disco y a todas aquellas preguntas y temores que subyacen en la pregunta original: «Every single day» («Cada día»).

¿Va a seguir siendo tan importante Marc Bolan? Sí, cada día.