ESPECIAL: Las dos caras de la pared

marzo 21, 2012

Ayer a la medianoche en el estadio de River Plate llegó el final (por el momento) de la era Roger Waters en Argentina. La conclusión no sólo arrojó el récord de casi 9 fechas agotadas, sino que también dejó en evidencia el fenómeno de los opinólogos contrariados. The Wall Live generó dos posturas bien encontradas entre el público argentino: por un lado, la de los fanáticos que elevaron la imagen del ex bajista de Pink Floyd a la altura de un semi dios y, por el otro, los agretas que encuentran cierto reparo en criticar cuanto detalle haya en torno al evento. Los motivos de ambos son validos en cuanto a pensamiento individual, ya que todos tenemos derecho a creer y decir lo que se nos cante pero, ¿cuáles son las causas justas para amar u odiar un show hasta recaer en la agresividad?

Hay gorro, bandera, Pink Floyd

Para llenar en casi 9 ocasiones El Monumental hay que vender muchas entradas. Osea, tiene que ir mucha gente, lo que se traduce a una cantidad variada de generaciones, estratos sociales y fanáticos de diferentes movimientos musicales. Es por eso que en cualquiera de los últimos recitales de RW era fácil encontrarse con personajes que iban desde el gerente cuarentón que asegura tener rock en las venas hasta al adolescente problemático que se desvive por revivir los 70s (en el medio estaba mamá, fumones usando antiparras y señoras con remeras de The Dark Side of the Moon).

Con esta galería social tan nutrida el primer acierto en la venta de entradas es el marketing. Desde que se anunció la serie de recitales hace varios meses, hubo una campaña mediática para posicionar a The Wall Live como una ocasión imperdible para el ojo de cualquier espectador. Bebe Contepomi, Matías Martin y Mario Pergolini (generadores de opinión pública) viajaron a Europa para presenciar el recital antes que nadie y así volver para contar las buenas nuevas. Sergio Marchi escribió un libro acerca del tema y en todas las emisoras y canales de aire hubo especiales de Pink Floyd. El resultado fueron localidades agotadas antes de tiempo, rumores de recitales gratis en la 9 de julio (¿esta foto les trae recuerdos?), muestras de arte, una gigantografía de The Wall en la ciudad y hasta una fiesta electrónica ambientada en el disco en cuestión. Así es como los productores definen «un negocio redondo». Roger Waters se convirtió en ciudadano ilustre (hasta hizo un poco demagogia diciendo que las Malvinas son Argentinas) mientras andaba dando vueltas por el mundo, comprando islas junto a Shakira.

Los anti todo

Pero no todo el tramo fue una simple devoción a San Waters. Dentro de la carrera a las presentaciones en River (y durante ellas también) existieron varias voces que salieron a intentar tirar abajo esta flamante imagen. Muchos opinólogos de última hora usaron redes sociales para llamar «ladrón» al músico, añorar a Syd Barrett y de paso arremeter contra su público, mayormente amparados en el clásico «no conocen ni dos temas» o asemejando el fenómeno a una simple moda pasajera. El otro hilo fuerte de discusión en foros y redes sociales se vio en la contradictoria imagen de una obra antisistema que cobra precios exorbitantes para exhibirse.

Quizás las opiniones tiene validez y forman parte de una discusión que no es ninguna novedad, la del rockero que viene a vender rebeldía y justamente hace eso: le pone precio a una ideología que busca difamar los precios. De todas maneras el punto en común que este escritor encuentra en cuanto a esta discusión es la necesidad de cierto sector a despegarse de los fenómenos masivos. «Mi vieja está como loca por ver a Roger Waters, por ende, es lo menos cool que hay», un pretexto tan vacío de pensamiento como los mismos que aseguran de forma agresiva que el recital fue el mejor de la historia. Tan comparable como los hipsters que odian a los hipsters.

El corte final

La conclusión es que inevitablemente la pared cayó en 9 ocasiones y esos derrumbes sistemáticos dejaron en claro que The Wall Live es un excelente espectáculo de rock que recuerda aquellas viejas épocas en que Pink Floyd cantaba en contra del viciado sistema de educación inglés, todas las guerras de todos los tiempos, la inservible monarquía y la morbosa imagen de la autoridad (familiar, religiosa e institucional). No es el mejor recital de todos los tiempos (quizás ni sea un recital), pero sí es un espectáculo que mezcla efectos especiales y música de envidiable calidad (grabada y en vivo). Waters puede pasear por Buenos Aires y elogiar la política educativa de Mauricio Macri y a la vez subirse a un escenario para burlase de la imagen de un profesor anticuado y maligno. Y durante el show puede haber alusiones difamatorias a las máximas imágenes del capitalismo que se ven desde butacas que superan los mil pesos. Todas esas cuestiones son validas cuando del otro lado de la pared está The Wall, un lindo show para ver, seas quién seas.

El domingo pasado, afuera de El Monumental, un vendedor ambulante ofrecía pan relleno que desde la caja contenedora aseguraba «el que come Roger Waters«. El marketing alimenta.

Ilustración: Diego Parés