ARTISTA DESTACADO: Damon Albarn

noviembre 14, 2011

Es evidente: mal que nos pese, los tiempos cambiaron y Damon Albarn cambió con ellos. Los que cómodamente nos instalamos donde más nos conviene somos nosotros, los siempre insatisfechos y eternos adolescentes fans, que seguimos escuchando a Blur en las reuniones caseras y no entendemos que nuestro frontman preferido nos cambie por un par de tambores africanos o un dibujo animado. Es problema nuestro; estar de este lado es muy fácil, ¿no? Él, por su parte, y en más de veinte años de carrera, se hizo adulto y se transformó casi por completo; por eso hablar de Damon Albarn es hacerlo, básicamente, de dos personas y dos décadas. Probablemente su gran punto de inflexión haya sido reconocer que «Gran Bretaña no es más que eso: una pequeña isla en el hemisferio norte». Que lo diga quien fuera, durante años, un ícono del britpop resulta más que elocuente.

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Sobrevivir a los ’90…

No vamos a hacer un repaso de la historia de Blur, que ya está bella y oficialmente contada en el documental No distance left to run «“un must-see­»“ y en Bit of Blur, el libro que escribió el bajista de la banda, Alex James. Sí podemos recordar, por ejemplo, que a los doce años, Damon Albarn ya estudiaba guitarra, piano y violín; que era el molesto de la clase, el que no encajaba, el que participaba de todas las obras de teatro… Nada del otro mundo. A esa edad conoció a Graham Coxon con quien, más adelante, hizo un pacto: si alguno de los dos formaba una banda tenía que incluir al otro. Una historia de amistad como cualquier otra. De haber surgido hoy, probablemente Blur se habría ubicado dentro de la escena indie o afines, pero en 1990 todavía era una rareza lo de la autogestión, y firmar con una discográfica y escalar en los charts era lo mejor que le podía pasar a una banda que recién arrancaba. Food Records «“después absorbida por EMI»“ vio una posibilidad negocio en estos cuatro post-adolescentes desbordados de endorfinas y les ofreció un contrato. Así empezó todo, nada raro hasta acá.

«Creo que todas las bandas necesitan a alguien como Damon», dijo Graham Coxon en aquel documental, dejando entrever, de alguna manera, que Blur fue lo que fue en su momento gracias a Damon. ¿Y acaso alguien podría discutir eso? Además  de componer la gran mayoría «“si no todas»“ las canciones de la banda y dejar un surco en la historia de la música con esa voz maravillosa e inconfundible, Damon Albarn trabajaba de frontman. Eso en la vieja escuela no se limita a saltar, retorcerse y transpirar la camiseta arriba del escenario; una vez abajo había una imagen que mantener, y si eso implicaba dar alguna que otra ración a la bestia mediática para no ser devorados por los de afuera, el Damon de los ’90 ni lo dudaba.

Blur entró en esa lógica casi de inmediato. Primero se erigieron como portavoces de un sonido característico inglés, casi en respuesta a la invasión grunge norteamericana; y después fomentaron tanto como pudieron aquella famosa batalla con la otra banda más popular de Inglaterra (ya todos saben de quien hablamos). Sumado a eso, Damon estaba en pareja con Justine Frichmann, vocalista de Elastica, un personaje no menos conflictuado que él. Si bien este circo sirvió para que todo el país hablara de Blur «“y de paso los escucharan, claro»“, el sistema cobra con intereses y Damon ya no pudo salir a la calle sin que una horda de paparazzis se le viniera encima «“algo que el resto de la banda no padeció, en especial James, que se la pasaba de fiesta.

Entre 1990 y 1999, Blur se fue reinventando con cada disco. Si hasta The Great Escape (1995) puede hablarse de una banda pop seguida mayormente por adolescentes y babosas, con Blur (1997), el sonido se vuelve más rockero y así también el público. El gran cambio se produce con 13 (1999), en el que Coxon tiene mucha más participación, y en el que se evidencia que Damon, además de llorar por su ruptura con Frichmann y saturarse de drogas, se había dedicado a explorar nuevos sonidos. Más adelante vino otro, Think Tank (2003), pero eso ya es parte de la nueva era. Fueron más de diez años de carrera y amistad, seis discos editados, giras eternas y agotadoras, demasiado alcohol y drogas, suficiente combo como para desgastar cualquier relación, cuerpo y espíritu. Si estos chicos querían conservar su amistad, necesitaban tomar aire y ver que hay un mundo detrás de una combi con vidrios polarizados y un camarín atestado de botellas de vino; pero por sobre todas las cosas, necesitaban crecer y después sí, en todo caso, volver a reconocerse.

…Y seguir cantando

La década al frente de Blur fue tan extenuante que Damon pasó de la pura corporalidad del frontman a convertirse en un mero espectáculo, en una silueta que canta; un cuerpo que está presente pero ya no se entrega. Su interés por el rap, el hip hop, el dub y la electrónica había comenzado tiempo atrás, y con Gorillaz «“el proyecto que co-creó junto al artista visual Jamie Hewlett«“, le soltó la rienda. No hace falta mencionar que los miembros oficiales de la banda son cuatro dibujos animados; la idea surgió como respuesta irónica a la «artificialidad» del ambiente del pop y el starsystem. Si Blur, además de no apartarse demasiado de los cánones impuestos por el triángulo guitarra-bajo-batería, se caracterizaba por su sonido bien británico, Gorillaz rompe definitivamente con todo esto y se convierte en un proyecto multifacético y multicultural. Contra todos los pronósticos, fue con éste y no con Blur que Damon Albarn entra verdaderamente en el mercado mundial: el primer disco de Gorillaz vendió siete millones de copias. En adelante, cualquier cosa que llevara la impronta Albarn haría parar las orejas de todo el mundo.

Poner a Blur en stand-by fue como terminar una relación de pareja larga y desgastada y salir a buscar chicas. Desde entonces, y hasta hoy, Damon no paró de conocer nuevos artistas y trabajar en conjunto. Gorillaz llegó a reunir sobre el mismo escenario a raperos, concertistas, coros de niños, orquestas de cuerdas y más; y las presentaciones en vivo se convirtieron en un espectáculo «para toda la familia», con Damon sentado al piano, camuflado entre decenas de músicos. Lejos estaba aquel frontman provocador e irónico que en 1995 quiso compartir el premio a la mejor banda con Oasis. El nuevo milenio encuentra a un Damon Albarn conciliador, que no descarta incluso la idea de invitar a Liam Gallagher para alguna colaboración.

Viajar por el mundo también fue parte de este proceso de reinvención. Damon salió del ombligo londinense «“un poco gracias a su nueva compañera, Suzi Winstanley«“, conoció China y África, las culturas más antiguas del mundo, y descubrió nuevos sonidos para sumar a su paleta. En 2002, lanzó Mali Music, un disco que grabó junto a varios músicos africanos para recaudar fondos para Oxfam, una organización internacional por la lucha contra el hambre. En 2006 llevó el interés por las colaboraciones y la multiculturalidad a un extremo con The Good, the Bad and the Queen, un súper grupo que reúne a Paul Simon (The Clash), Tony Allen (Fela Kuti) y Simon Tong (The Verve, Gorillaz), con el que lanzó un disco homónimo en 2007 y que todavía sigue activo. También están Rocketjuice And The Moon, su nuevo proyecto junto a Allen y Flea (RHCP), y DRC Music, un colectivo de músicos y productores con el que grabó un disco este año en el Congo. En medio de todo esto, también compuso música para óperas y películas y colabroró con cuanto amigo lo invitara a grabar.

Pasaron los años y Damon Albarn se convirtió en un personaje escurridizo, al que resulta casi imposible seguirle los pasos, y del que nadie sabe demasiado aunque sea uno de los músicos más influyentes del último tiempo.  Y en todo este tiempo parece haber madurado en dos sentidos: artística y humanamente; en ese proceso, los fans que lo quieren de vuelta para ellos solos, como el frontman que supo ser, se quedaron afuera. Él sólo parece interesado en hacer más y más música «“no importa con quién, hasta ahora no puso llave a ninguna puerta«“ y criar a su hija. Nostálgicos, a llorar a otra parte porque todavía hay mucho por hacer antes de la gira de regreso de Blur (o no, quién sabe).

Ilustración: María Eugenia Funes

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